¿Alguna vez te has detenido a pensar cómo tu actitud, esa que a veces ni notamos, impacta en lo que haces y en quienes te rodean? En una charla reciente, lancé esa pregunta a los participantes, y las respuestas fueron sorprendentes. Algunos confesaron que, aunque creían ser positivos, al analizar sus rutinas diarias se dieron cuenta de que el estrés y las preocupaciones personales a veces se filtraban en su forma de interactuar. ¿Te imaginas cómo cambia el ambiente de trabajo cuando uno llega con esa carga?
Hubo una respuesta que se quedó grabada en mi mente. Uno de los asistentes, con mucha sinceridad, dijo que solía pensar que mientras cumpliera con su trabajo, su actitud no importaba tanto. Sin embargo, al escuchar a sus compañeros, notó que su constante seriedad y su silencio hacían que otros se sintieran incómodos o inseguros al trabajar con él. Al reflexionar, se dio cuenta de que podía cambiar eso con pequeños gestos: una sonrisa al llegar, un “gracias” al final del día o simplemente mostrar más apertura.
Otros reconocieron cómo una actitud proactiva y optimista no solo mejora sus resultados, sino que motiva a los demás. Una persona comentó que, cuando decide ver los problemas como retos en lugar de obstáculos, inspira a su equipo a pensar de la misma manera. Al final, todos coincidieron en algo: ser conscientes de su actitud les dio el poder de decidir cómo querían impactar a quienes los rodean.
Entonces, ¿qué hay de ti? ¿Cómo crees que tu actitud actual está impactando a tu equipo? Puede ser el impulso que hace que otros también den lo mejor de sí o, al contrario, el freno que limita el potencial de todos. Al final, el cambio empieza en ti.